El diablo la tienta, la alcoholiza, la hipnotiza, y de alguna manera la hace sentir viva.
Elisa muere en medida a lo que bebe para olvidar las penas y las cosas que la hieren. Toda esperanza en sí ya está perdida, cada vez se escuchan menos los latidos de su vida.
En el bulevar de los sueños rotos yacía un corazón destrozado, que entre licor y cerveza ahogaba su llanto en los vasos. Gyn la acompaña en su última noche, y ella en su interior sabe que la culpa no es de ella, sino de ese hombre.
No se puede destrozar un corazón y pretender que siga latiendo.